6.2.08

ADD vivo y muerto.

El viejo carga la escopeta. Revisa ventanas y puertas. Repasa las latas de comida. Luego, se sienta en un sillón. Es tiempo de la guardia nocturna. Silencio. Dos, tres horas. Bosteza. De la nada, tocan a la puerta. El viejo chequea por la mirilla, escopeta en alto. Es un soldado. Joven. El viejo abre. Lo invita a pasar. Abre una lata de comida. Interroga al soldado sobre la guerra. Éste le responde que fue cruenta, despiadada. No hubo honor ni gloria. Sólo exterminio. Pero la guerra ha terminado. El soldado adopta otro porte, otro tono de voz: anciano, debo confesarte que no soy soldado: soy la Muerte. El viejo cree que ha perdido el juicio en batalla. Los ojos del soldado se enegrecen, abismales; el viejo entiende. Te haré inmortal, anciano, serás el único y último de tu especie. La Muerte, dicho ya todo, se levanta y atraviesa la pared. El viejo llora todos los años “mortales” que vivió encerrado, años que desearía haber perdido viviendo.
Y entonces amanece.

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